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Periodistas expulsados del Sáhara presentarán en Castro Urdiales el reportaje «Sin noticias del Sáhara»
5 de desembre, per Redacción05/12/2025Etiquetas:El próximo 12 de diciembre, el Centro Cultural La Residencia de Castro Urdiales proyectará el documental «Sin noticias del Sáhara», un trabajo periodístico de la Radio Televisión del Principado de Asturias (RTPA) que documenta cómo la delegación, compuesta por dos periodistas y un miembro de Cantabria por el Sáhara, fue expulsada del Sáhara Occidental este verano mientras intentaba registrar la situación de derechos humanos en el territorio. La actividad, organizada por Cantabria por el Sáhara, se celebrará a las 19.00 h en el Centro Cultural La Residencia, en el marco del Día de los Derechos Humanos.
La historia que presenta el reportaje comienza como un viaje de trabajo y termina convertida en una crónica de vigilancia, presión y silencio impuesto. La periodista Leonor Suárez, directora de la pieza, viajó para grabar testimonios de activistas y documentar la labor del colectivo saharaui Equipe Media. El objetivo era mostrar lo que ocurre detrás del bloqueo informativo que pesa sobre el Sáhara Occidental. En lugar de ello, el equipo fue sometido a seguimientos desde los puntos de entrada, fue retenido y obligado a abandonar la zona bajo escolta marroquí.
El documenta combina testimonios directos desde el Sáhara Occidental con una lectura crítica de la memoria colonial española, la represión y la falta de garantías para la población saharaui. Tras la proyección, de unos 50 minutos, se abrirá un coloquio con la periodista Leonor Suárez, el periodista Oscar Allende, director de El Faradio, y Raúl Conde, miembro de Cantabria por el Sáhara. El encuentro permitirá analizar los límites actuales a la libertad de información en el Sáhara Occidental y reflexionar sobre el papel del periodismo en escenarios de ocupación.
El acto está abierto al público y busca situar el foco en las vulneraciones de derechos humanos que persisten en el territorio y en la necesidad de garantizar el acceso a información verificada y libre, así como la protección de la población saharaui, en especial de quienes defienden los derechos humanos bajo la ocupación.
Acceso a la información y conflicto político: una relación estrecha
El caso recogido en el documental expone una vez más coma las expulsiones, el seguimiento a periodistas y la ausencia de garantías en los procedimientos administrativos no son casos anecdóticos —según organizaciones saharauis y europeas al menos 330 observadores, periodistas, juristas y activistas han sido expulsados o no admitidos en el Sáhara Occidental desde 2014— ni deben entenderse de manera aislada. Forman parte de una estrategia más amplia para regular el acceso a la información en un territorio donde el proceso político permanece bloqueado —Naciones Unidas continúa considerado al Sáhara Occidental territorio pendiente de descolonización— y donde la observación independiente podría aportar documentación relevante sobre la situación de derechos humanos.
En este contexto, iniciativas como la presentación de «Sin noticias del Sáhara» contribuyen a generar espacios públicos de reflexión y análisis sobre el papel del periodismo y la necesidad de transparencia en un conflicto que, casi cincuenta años después, sigue abierto tanto en términos jurídicos como humanitarios.
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Las luchas territoriales ¿son la palanca de la superación del capitalismo?
5 de desembre, per adiospgou05/12/2025Etiquetas:Las luchas territoriales ¿son la palanca de la superación del capitalismo?
Preguntas a abordar el 27 de noviembre en el Centre Culturel Bruegel de Bruselas y planteadas el 28 en el Groupe de Recherche pour une Stratégie Économique Alternative
Las definiciones (como las corrientes políticas) de comunismo y de anarquismo son múltiples y sería imposible hacer una síntesis de toda esa diversidad en una tarde. No obstante, ¿Podrías compartir con nosotros tu noción de anarquismo y de comunismo?
Malatesta dijo que comunismo y anarquía eran los mismo. Nada que ver con el sistema cuartelero de los leninistas, simple disfraz del capitalismo burocrático de Estado. Yo lo definiría como un régimen de convivencia social sin Estado y sin clases, basado en el rechazo de la división del trabajo y en la posesión en común de los medios de producción, en su gestión colectiva y en la distribución del producto social en función de las necesidades. Nacido del libre acuerdo, el comunismo libertario debería de proporcionar a todos las condiciones idóneas para un máximo desarrollo material, moral e individual. Se trata pues de un ideal ético inalcanzable por la fuerza, ya que tiene como condición ineludible la comprensión y el deseo de la mayoría expresado libremente. Para muchos, entre los que me incluyo, el anarquismo sería el modo de lograr este fin, naturalmente por vías solidarias y universalistas, no con procedimientos parlamentarios ni postulados religiosos. En mi caso, entiendo el anarquismo como la característica doctrinal propia del socialismo antiautoritario que, durante mucho tiempo, acompañó a buena parte del proletariado revolucionario, hasta entrar en crisis, puede que final, por culpa de las capitulaciones habidas durante la revolución española. A partir de ahí ya no se puede hablar de anarquismo, con sus diferentes matices, sino de anarquismos, ideologías diversas con el mismo nombre, pero ajenas unas con otras.
¿Sus puntos de encuentro, sus divergencias y el potencial anticapitalista respectivo?
Evidentemente, entre los que se autodenominan anarquistas existen profundos desacuerdos metodológicos y grandes diferencias estratégicas, derivadas de la forma variable de interpretar la realidad y de la praxis divergente con la que caminar hacia los objetivos finales. Las discordancias cristalizaron en ideologías, en fórmulas, a menudo acompañadas de comportamientos sectarios, como por ejemplo, la insurreccionalista, la municipalista, la sindicalista, la primitivista, la especifista, la postanarquista, etc. Actualmente, el anarquismo es sobre todo un estado de ánimo difuso presente en cualquier conflicto como exigencia de horizontalidad e igualdad, rechazo de la mediación, demanda de autogestión y reivindicación de la acción directa. El potencial anticapitalista del anarquismo moderno se materializará en la medida en que la coyuntura social favorezca el arraigo en las masas rebeldes de sus ideas no vencidas, entendidas no como utopía, sino como “la verdad inmediata de un tiempo relativamente próximo” (Ricardo Mella).
¿Qué es una metrópolis?
En Europa las tres cuartas partes de la población vive en zonas urbanas extensas. En el mundo existen más de quinientas aglomeraciones superiores al millón de habitantes, a las que en propiedad no se puede llamar ciudades. Pasó el tiempo de las ciudades compactas en simbiosis con el entorno agrario. El campo hace mucho que dejó de ser una realidad diferenciada. Debord anunció en 1967 que "el momento presente es el de la autodestrucción del medio urbano." La metrópolis -o “posciudad”, tal como la llama Françoise Choay- es un tipo de asentamiento informe fruto de la expansión ilimitada de la ciudad industrial, que ha ido absorbiendo poblaciones limítrofes y creando nuevas barriadas hasta suburbanizar todo el territorio circundante. Tal unificación del espacio fue posible en un primer lugar, gracias al desarrollo del transporte, al combustible fósil barato y a los nuevos materiales de construcción. Etimológicamente, metrópolis en griego significa “ciudad madre”; en cambio, la realidad dista mucho de la maternidad: es un engendro devorador de espacio que concentra el poder en una sociedad totalmente urbanizada. En los noventa del siglo pasado, la globalización financiera y la digitalización la consolidaron como dominio totalitario de la mercancía y motor del desarrollo capitalista. Es un no-lugar de conurbaciones yuxtapuestas, que no resulta de la superación de la oposición campo-ciudad, sino del hundimiento simultáneo de ambos polos. No representa un proyecto de convivencia, ni siquiera a nivel de clase dominante; bien al contrario, es una realidad totalmente mercantil. Constituye un aglomerado discontinuo y difuso, sin valores ni cultura, sin auténtica vida, conectado únicamente por vías de circulación. La comunicación ha sido marginada por la conectividad. Lo que importa no es la convivencialidad, sino su precio. En realidad, la metrópolis no está hecha para los habitantes, sino para los transeúntes, bien sean visitantes, promotores o inversores. Su base económica ya no radica en la industria, sino en los servicios, el turismo, los grandes eventos y la innovación. Aunque conserve centros históricos, estos han sido museificados, puesto que la metrópolis carece de centro real: en ella lo central se ha vuelto periférico y la periferia deviene cada vez más céntrica. Tampoco las plazas públicas o las calles proporcionan un resto de coherencia orgánica; las infraestructuras viarias son sus únicos ejes vertebradores. El paisaje reconstruido por las fuerzas desarrollistas reproduce maneras de vivir en confinamiento, precarias, motorizadas y mercantilizadas hasta en los menores detalles: las metrópolis generan en cualquier rincón relaciones sociales capitalistas de forma automática. Se puede decir que constituyen el espacio idóneo para la reproducción de capitales en la etapa hipertecnológica de la economía mundializada.
Más sobre la metrópolis.
El paso de una economía productiva a otra de servicios, seguido de la transición de un capitalismo nacional a otro global, consagró el papel de las metrópolis por encima de los Estados. Entre la clase dirigente, la ideología keynesiana retrocedió ante el pensamiento neoliberal, enemigo acérrimo del intervencionismo estatal. La promesa de abundancia reemergía en los mercados financieros con el crédito a espuertas y la expansión de la deuda, propiciando turboconsumismo, aventuras inmobiliarias y toda clase de burbujas especulativas. No obstante, la constatación de la finitud de los recursos primarios, sobre todo energéticos (p.e. el “pico” del petróleo), sumada a la crisis medioambiental provocada por el desarrollismo a ultranza (p.e. calentamiento global, producción descomunal de residuos, contaminación, despilfarro de recursos) obligaron a considerar la "sostenibilidad" del proceso, es decir, el pago de la factura de la degradación. Entonces, el capitalismo echó mano del lenguaje ecológico e inauguró una fase verde que el Estado debía promocionar y sostener. El Estado recobraba así el papel de antaño en una economía a “descarbonificar” por un periodo de “transición energética”. La metrópolis evolucionaba en consecuencia recurriendo a un urbanismo light con sus carriles bici, islas peatonales, recogida selectiva de basura, puntos de recarga eléctrica, "corredores" verdes, tranvías y remedios digitales como las smart cities. “Reinventaba” el territorio obedeciendo a la lógica más al día -más tecnológica- de la mercantilización.
¿Qué relación guarda con el “capital territorial”?
Hablamos de “capital territorial” cuando el territorio se ha transformado completamente en "activo", o sea, en capital. En la Conferencia de Río de 1992 los dirigentes mundiales lo definieron como la nueva configuración del territorio que se desprendía de la unión de la economía con el medio ambiente, o sea, del denominado “desarrollo sostenible”. El concepto venía asociado al momento “verde” del capitalismo, cuando el territorio se situaba en el centro del triángulo sociedad-economía-medio ambiente. Una vez mejorada su accesibilidad, este se convierte en un espacio multiexplotable: es una cantera de suelo edificable, un soporte de grandes infraestructuras, una oportunidad para la industria agroalimentaria, una reserva paisajística, un destino turístico, un área para el ocio industrializado, una fuente de energía renovable y de materiales estratégicos, etc, todo lo cual le concede un peso cada vez mayor en la economía global. En fin, el territorio es la materia prima del capitalismo en su último periodo extractivista.
¿Es posible superar el capitalismo sin desurbanizar el campo ni ruralizar la ciudad, y por consiguiente, sin destruir las metrópolis?
Obviamente no es posible. Liquidar la globalización conlleva el fin de su organización espacial. Frente a las sucesivas crisis, las metrópolis además de invivibles, terminan siendo inviables. Son muy vulnerables ante los desastres y tan enormes que resultan imposibles de gestionar comunalmente. El gran escollo con que se va a encontrar una transformación social fundada en la vinculación armónica con la naturaleza serán las mismas conurbaciones, aptas solamente para la reproducción de relaciones capitalistas, a las que forzosamente habrá que desmantelar. La desmundialización siempre tendrá un aspecto desurbanizador y ruralizante. La simple implantación de una economía doméstica sin mercado -llámese natural, sustantiva o moral- implicará colectividades coordinadas de dimensiones reducidas, con cultivos próximos y producción industrial a pequeña escala. Con mayor razón, la autogestión no sería operativa en vecindarios demasiado grandes, donde el ágora es imposible. Ahora bien, desurbanizar no significa abolir el espacio urbano, a lo sumo, abolir la propiedad privada capitalista. Entraña un doble movimiento de despoblamiento y repoblación, de descentralización y desconcentración, cuyos efectos al respecto son la descongestión del espacio sobreurbanizado, su revitalización, la recuperación de su funcionamiento orgánico... Paradójicamente, la desurbanización es una vuelta a la verdadera ciudad.
¿Por qué el territorio es objetivamente el lugar central de la lucha anticapitalista (y no el lugar de trabajo)?
Central no quiere decir único, ni territorio significa exclusivamente campo. Sin embargo, cuando la mayor producción de beneficios, de la que depende el crecimiento económico, se da en la explotación intensiva de un territorio previamente “ordenado”, entonces su defensa viene a ser el centro de la lucha anticapitalista (o sea, de la actual lucha de clases). En efecto, a medida que la productividad global se ralentiza y que las ganancias decrecen, lo que David Harvey llama "circuitos secundarios de acumulación" adquieren una superior relevancia. Los antagonismos se despliegan en toda su magnitud solo en esos circuitos, -bien sea en el problema de la vivienda y el deterioro de los servicios públicos, bien en la resistencia a la construcción de centrales nucleares, trenes de gran velocidad o líneas de alta tensión, bien en el sabotaje a los transgénicos o los grandes proyectos inútiles. En consecuencia, la cuestión social se manifiesta principalmente como cuestión territorial. Al contrario, dada la pérdida de centralidad de los trabajadores de la industria y la desaparición de las huelgas salvajes, la lucha sindical, aunque necesaria, no rompe con las reglas de juego del desarrollismo. No se impone como objetivo salir del capitalismo, sino negociar el valor de la fuerza de trabajo con papeles en el mercado. Menos todavía lo quiebra el obrerismo político, tan aferrado al Estado. Por consiguiente, el conflicto laboral no puede ser el eje sobre el que pivoten las aspiraciones emancipatorias. Si se quiere acabar con el régimen capitalista, la cuestión estratégica principal reside en la capacidad de bloquear el crecimiento de la economía con la mirada puesta en las alternativas de salida. En ese sentido, la defensa del territorio, por limitada que sea, es antidesarrollista y anticapitalista por esencia, ya que se encara con el principal impulsor de la economía en estos momentos, la explotación industrial del patrimonio, los saberes y los recursos territoriales, y en mayor o menor medida, propone alternativas prácticas.
¿Qué tipo de territorio (y ciudad) sería económicamente habitable, viable (en el marco anticapitalista)?
Tempranamente, los anarquistas Elisée Reclus y Piotr Kropotkin plantearon la desconcentración de las ciudad burguesa y la eliminación de sus barrios miserables. Ambos apelaron a un “sentimiento de la naturaleza” que guiase la vuelta a un orden natural optimizado, el cual consistiría en una dispersión de baja intensidad de todas las actividades acaparadas por la urbe expansiva. Al conformarse alrededor de las ciudades una red de pequeñas industrias, hospitales, escuelas, molinos, saltos de agua, caminos, ferrocarriles y colectividades agrícolas, el resultado sería una región integrada urbano-rural, sin centro dirigente, encauzada hacia el comunismo. Sus ideas fueron recogidas y desarrolladas por otros autores, entre los que destacaría a Patrick Geddes y Lewis Mumford, que partían de la“planificación regional”. Con el fin de conseguir un equilibrio territorial, estimular una vida intensa y creativa, eliminar el despilfarro de energía y alimentos y detener la expansión metropolitana, propugnaban un uso racional del territorio. Este se concretaba en propuestas como la de cinturones agrícolas, producción descentralizada de energía, reparto equilibrado de la población en unidades convivenciales bien equipadas, reinstalación de las industrias cerca de la materia prima y transporte público eficaz. Reformas a contracorriente, de sentido común pero sin perspectivas de realización, puesto que no eran respaldadas por fuertes movimientos vecinales arraigados en porciones de territorio liberadas, sino que dependían del altruismo de los dirigentes. Finalmente, el descrédito de la idea de progreso trajo la revalorización de la comuna medieval, particularmente de su funcionamiento abierto codificado en actas de auto-gobierno, de la regulación de la vida social por la costumbre y de la noción de bien común. Así se han abierto nuevas perspectivas altermetropolitanas en los movimientos auto-organizados capaces de sobrevivir a las tentaciones electoralistas, a la amalgama sin principios y al cebo de las subvenciones.
Preguntas del equipo organizador para profundizar después de la conferencia
Definición y periodización de la nueva fase del capitalismo (territorial)?
La escasez y finitud de los recursos está dando lugar al acaparamiento de inmuebles, tierras, aguas y minerales, mientras que la crisis climática impulsa al desarrollo industrial de las energías supuestamente “renovables” y de los agrocarburantes. Al volverse extractivista, el capitalismo global se agarra al territorio como tabla de salvación, apartando de la protección ambiental el mayor número de “zonas de sacrificio.” El desplome financiero de 2008 puso fin al neoliberalismo puro y reafirmó la función estabilizadora del Estado. Por otro lado, el auge del capitalismo asiático, combinado con las dificultades insalvables de crecimiento del capitalismo europeo y norteamericano, decantaba la globalización a su favor, amenazando la hegemonía occidental a todos los niveles. En las altas esferas se produjeron fuertes discrepancias. El principal peligro para el statu quo económico, militar y político de Occidente -la competitividad superior china- exigía soluciones geopolíticas, no "verdes"; monopolios, no libre competencia; autarquía, no apertura de fronteras, todo lo cual ponía fin al neoliberalismo. Por ahora, gana el sector favorable al proteccionismo, los cárteles tecnológicos, el repliegue nacionalista y el rearme general. Al imponerse el poderío armamentístico en la política exterior, la globalización tal como la concebía el pensamiento "único" ya no es de recibo. Asimismo, el avance del negacionismo climático y la defensa del empleo industrial señalan el declive del ecologismo de Estado. A día de hoy, la fracción más agresiva de la clase dominante ha dejado de creer en el progreso y la sostenibilidad, y confía poco en el mercado global: prefiere que las industrias se queden en casa a pesar de su baja competitividad (para eso están los aranceles), que la energía nuclear tenga una segunda oportunidad y que sus áreas de influencia se sostengan por la fuerza si es preciso. Sabe que la economía declina y que el “estado del bienestar” se estrecha irreversiblemente, por la que la conservación del capitalismo exigirá el sacrificio del programa ecológico y de una parte creciente de la población. Su catastrofismo tiene que ver con un final de ciclo en la civilización capitalista más que con una "transición ecológica" dirigida por un consorcio privado-estatal. La ideología verde, todavía optimista, está siendo desplazada por un decrecentismo sui generis que los estrategas transicionistas denominan “poscrecimiento”. A pesar de todo, el neoliberalismo político, ciudadanista y poscrecentista, pierde terreno ante un progresivo despotismo de corte identitario, autoritario y violento, típico de un régimen protofascista y posglobalización.
¿Cuál sería el sujeto de la lucha (y el “sujeto revolucionario”) en las actuales condiciones?
Un sujeto político es más que una informe “multitud” interclasista: es una comunidad de lucha estructurada. Su formación va asociada a los enfrentamientos contra la autoridad de los sectores de población perjudicados o excluidos por los mercados, y, paralelamente, al desarrollo de una sociabilidad vecinal ligada a la reconstrucción de espacios de vida menos condicionados por el dinero. Si el Estado se retirara lo suficiente y sus partidarios quedasen en minoría, los individuos se sentirían obligados a organizar la vida colectiva, generándose en el proceso voluntad de segregación, deseo de autonomía y espíritu de clase. Clase sin partido que pretenda servirse de ella, ni más función histórica que la que una conciencia rupturista le pueda proporcionar. Los frentes de lucha son diversos -urbanos, rurales, ecológicos- y el reto con el que se enfrentan las fuerzas sociales movilizadas reside en su capacidad de confluir sin renunciar a la democracia directa, ni soslayar sus objetivos finales. Desgraciadamente, las clases medias, aunque depauperadas, tienden a conservar su mentalidad y a actuar de acuerdo con ella, por lo que son presa fácil de los espejismos populistas de la reacción, y consecuentemente, un obstáculo mayor para la autonomía y la conciencia.
Crítica de la concepción marxista sobre la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la emancipación.
En verdad, el desarrollo de las fuerzas productivas ha vuelto casi imposible la emancipación social. Hace tiempo que la razón ilustrada al servicio de la verdad se trastocó en razón instrumental al servicio del poder. Tal desarrollo pudo originar la formación de una clase obrera industrial sediciosa en sus fases iniciales, pero en etapas posteriores, a pesar de la generalización del trabajo asalariado, la base social del combate por la emancipación se restringía. La máquina suprimía inexorablemente la fuerza de trabajo y condicionaba toda la vida social, poniéndola en manos de los expertos. La tecnología y el consumismo provocaron un desclasamiento de la población trabajadora y la pérdida de la conciencia de clase, borrando de su imaginario toda aspiración revolucionaria. En Occidente, la sociedad de clases enfrentadas desembocó en una sociedad oligárquica reclinada en clases medias asalariadas. La descomposición del área soviética derivó en un capitalismo monopolista de Estado. La base material de la emancipación no prosperó en ningún lado: la principal fuerza productiva, que no es el trabajo sino la alta tecnología, era cada vez más destructora, luego inservible para fines liberadores, y por lo tanto, imposible de ser autogestionada.
¿Qué es la “conciencia territorial”?
Dijo Ellul en su momento, que “lo que está en juego es nuestro entorno social y ambiental.” En las regiones que aspirar a constituirse en Estado, a menudo la idea territorial se confunde con el patriotismo identitario. Sin embargo, de manera más general, la expresión “conciencia del territorio” alude a las ligaduras intelectuales que la población mantiene con su hábitat, comprometidas por una artificialización intensiva del mismo, responsable esta del conjunto de síndromes sicológicos definidos como "psicastenia", o más comúnmente, como "mal urbano." No se trata pues de un conjunto de vínculos simplemente afectivos, ni de una filantrópica “conciencia ambiental”, sino que tiene que ver con el ritmo de vida pausado de los espacios abiertos, ajenos a los imperativos capitalistas, impulsor de formas de convivencia social integrada. Algunos como Sergio Ghirardi utilizan el concepto de “conciencia de especie”, que yo definiría como la protesta espiritual del vecindario (urbano y rural) ante las amenazas de devastación total contenidas en la fase extractivista del capitalismo tardío, algo que supone a medio plazo la extinción de la especie humana.
¿Cuál es la diferencia entre las luchas territoriales y las luchas urbanas?
No hay diferencia. El derecho a la ciudad es también derecho al territorio. Territorio es en principio el espacio concreto donde se asienta una población, y, por consiguiente, es algo más que paisaje, solar, campo o medio natural. Las áreas urbanas también forman parte de él. Es espacio geográfico y social, una porción de la naturaleza modelada por la acción humana a lo largo de la historia. Es dueño de un pasado, tiene tradición propia y contiene relaciones sociales. En el momento turbocapitalista, el territorio no metropolitano se halla suburbanizado, por lo que todos los conflictos tienen bastante en común, ya que son a la vez territoriales y urbanos. Es más, dada la despoblación de las zonas rurales, los efectivos de la defensa del territorio son mayoritariamente metropolitanos.
Con relación al Estado ¿Es este necesario para superar el capitalismo o un freno?
Para quienes propugnan una organización social horizontal, sin burocracia, ni dirigentes, ni cárceles, ni fuerzas de orden, no cabe duda de que el Estado es, más que un freno, un grandísimo enemigo. Ellos quieren reforzar la sociedad civil luchando por un funcionamiento autónomo, o sea, al margen de las instituciones. Por otra parte, el Estado es el Estado de la clase dominante, luego la cara política del capitalismo y, en tanto que monopolizador de la violencia, su brazo armado. Cualquiera que sea su modalidad y diga lo que diga su propaganda mediática, el Estado es la explotación políticamente organizada de la mayoría de la población por una clase minoritaria. Teniendo en cuenta que el Estado puede sobrevivir al capitalismo y no lo contrario, la abolición de este no conduce necesariamente a la de aquel. Hay que empezar por suprimir el Estado. Comenzar desvelando sus artimañas. Gracias a las trampas participativas y al conformismo dominante, el Estado absorbe todas las energías de la contestación y coopta con facilidad a sus representantes. Cuando un movimiento popular penetra en los mecanismos estatales, queda atrapado por ellos. El movimiento segrega una capa burocrática que actúa en su nombre, y que, a medida que va acaparando la decisión -a medida que altera la vieja estructura de poder y se hace gobierno- va divorciándose de él, constituyendo una nueva clase separada. Quien delega, abdica. La clase del Estado se emancipa de la sociedad y se proclama representante de la misma, forzando un cambio de apariencias. Pero aunque la dominación varíe en la forma, se mantendrá en el contenido.
¿Cuál es tu definición de Estado? ¿En qué se diferencia de la concepción espinozista o hegeliana?
El Estado es una estructura vertical separada y opuesta a la sociedad civil, a la que organiza unilateralmente a través de una capa de funcionarios. Bakunin dijo que el Estado era el mal, la mismísima Iglesia secularizada, una forma histórica de sociedad que agotó su tiempo. Garcia Calvo puntualizaría: “el Estado es la epifanía de Dios mismo”, una idea abstracta, metafísica, convertida en un ordenamiento jurídico que reduce la gente a la categoría de súbdito tras la cual no hay más que renuncia y sumisión. La concepción de Spinoza es una variante liberal de la noción de contrato. En algún momento, mediante un pacto, la multitud acuerda la composición de un Estado “de civilidad” que, conforme a la ley, imponga la razón y el sentido común como guía de conducta, proteja las libertades “naturales” y salvaguarde a todos de ese caos producto de las pasiones anárquicas imperantes en el “estado de naturaleza”. La república holandesa constituiría el ejemplo tangible del ideal espinozista. Hegel, por su parte, consideraba al Estado como realización efectiva del derecho, imagen de la razón y culminación de la libertad civil. Era el punto final de una evolución histórica que el filósofo concretaba en la monarquía prusiana. Ambas ideas de Estado reflejan etapas históricas diferentes del dominio de la economía sobre la sociedad, y por lo tanto, del desarrollo de la burguesía, la clase de la economía, comerciante y corsaria en un caso, industrial en el otro. Siglo XVII para Spinoza, siglo XIX para Hegel. Salvo en algún caso excepcional -Morelly, Godwin, Fourier- los pensadores avanzados de la fase ascendente de la burguesía, nunca se plantearon la posibilidad de una sociedad organizada no sometida a una autoridad exterior. En su fase descendente, los ideólogos ciudadanistas, como buenos filisteos, huyen de Hegel, es decir de Marx y de Bakunin, o sea, de la lucha de clases y del rechazo al Estado, y de vez en cuando descubren la teología política de Spinoza, es decir, al Estado liberal idealizado de la vieja burguesía, y utilizan sus reflexiones con el fin de proporcionar perspectivas políticas a cualquiera de las facciones mesocráticas que representen.
Miguel Amorós.
Noviembre de 2025
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¿Vuelve la mili? (1)
5 de desembre, per adiospgou05/12/2025Fuente:Etiquetas:Una revisión de lo que está pasando ahora con el servicio militar obligatorio en Europa y por dónde van los tiros, también en España.
Bélgica decidió eliminar la mili obligatoria en 1992, Holanda lo hizo en 1993, Francia y España en 1996, Italia y Portugal en 1999, Eslovenia en 2003, la República Checa en 2004, Eslovaquia, Hungría y Rumanía en 2005, Letonia en 2006, Bulgaria en 2007, Lituania y Croacia en 2008, Polonia en 2009, Suecia en 2010, Alemania en 2011. Hace dos décadas, estaba claro el final de la mili en la mayor parte de Europa.
Algunos países se resistieron a esa tendencia manteniendo hasta el día de hoy una obligación más o menos limitada: Austria ha seguido reclutando al 90% de los quintos, que cumplen 6 meses de mili o bien 9 meses de servicio civil; Grecia ha venido obligando al 83% a servir durante un año; Finlandia incorpora al 70% y cumplen 3 meses; Estonia sobre el 50% y cumplen 8 meses; Suiza llama realmente al 43% con un servicio de 8 meses; Noruega se queda en el 13% y son 12 meses; en Dinamarca otro tanto y cumplen 4 meses. Por lo general, hablamos de países con una población inferior a seis millones y compartiendo fronteras complicadas.

La remilitarización ha hecho que algunos otros países hayan vuelto a sumarse al club: Lituania recuperó la obligatoriedad en 2015 (43% de quintos y 9 meses de mili); Suecia lo hizo en 2018 (6% y 11 meses de mili); Letonia lo ha hecho en 2023 (11 meses de mili, a partir de 2026); y el Parlamento croata acaba de aprobar la ley de vuelta al servicio militar obligatorio en 2027, pagando, eso sí, unos 1.100 euros al mes. Parece que seguimos con lo mismo, países pequeños en la frontera, pero no, porque el debate está llegando a los grandes. Así que la respuesta a la pregunta del titular es sí, está volviendo la mili. Sigue leyendo si quieres saber dónde y cómo.
¿Cómo se está argumentando esta progresiva vuelta a la mili? Se habla de incrementar los efectivos militares por el genérico aumento de la tensión mundial y la amenaza rusa; de poder reclutar a jóvenes con las capacidades cada vez más técnicas que hoy necesitan unas fuerzas armadas que, de natural, no pueden competir con el mercado laboral; de implicar a las nuevas generaciones (demasiado individualistas) en la Defensa; de educar en los valores de solidaridad, igualdad y equidad (sí, mujeres también); de defender la nación y la integridad territorial frente a agresiones enemigas (el pueblo en armas). El Parlamento europeo está calentando motores.
No son muchas las voces que se oyen pero sí son influyentes. Podríamos hablar de un lobby en favor de la vuelta del servicio militar obligatorio en Europa, que es como suelen empezar estas cosas: algunas gentes bien financiadas, conectadas e instaladas en los espacios decisorios van arrastrando al resto a una agenda que algún día será difícilmente rebatible. Una de esas voces es el ministro alemán de Defensa Boris Pistorius (Partido Social-Demócrata): ha dicho hace poco que “aunque había razones para suspender el servicio militar obligatorio, ahora nos damos cuenta de que fue un error”. Él propone, de entrada, que Alemania haga suya la iniciativa del ministro belga de Defensa, Theo Francken (Nueva Alianza Flamenca) de “forzar” el reclutamiento voluntario para, entre otras cosas, aumentar el número de reservistas. Y también se oye al ex-primer ministro finlandés Sauli Niinistö, que insiste mucho en que hay que recuperar la mili obligatoria para mejorar la capacidad de respuesta frente a la amenaza rusa. Niinistö ha dirigido la mayor investigación e informe de la Comisión Europea al respecto. Parte de ello es la encuesta llevada a cabo en 2025 en nueve países europeos que analizamos más adelante.
¿Qué variables entran en la decisión de tener o no una mili obligatoria? En la investigación doctoral que llevé a cabo hace ahora 25 años (Servicio militar obligatorio en el siglo XXI, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid 2003; también “El fin de la conscripción en Europa”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 97, 2002), analicé esta cuestión en doce países europeos sobre la base de una matriz de datos de diez variables, cinco relativas a la “razón de Estado” y otras cinco relativas a la “razón democrática”. En la comparación final, como se puede ver en el siguiente cuadro, Francia decidió el fin de la mili porque era perfectamente prescindible en un contexto de unas fuerzas armadas fuertemente profesionalizadas. España estaba en las antípodas, con una muy baja profesionalización y fuertes déficits, tanto en efectivos como modernización o gasto militar, y fuertemente dependiente de la mili. Aquí fue la alta movilización en términos de resistencia popular (imparable insumisión tirando de una masiva objeción de conciencia) y una firme oposición de la opinión pública y la sociedad civil quienes literalmente obligaron al fin de la mili a pesar de las graves consecuencias que, aún hoy, sufren las fuerzas armadas en términos de reclutamiento.

No vamos a entrar ahora en un detallado y muy tedioso análisis actualizado de las variables de la “razón de Estado”; tan solo apuntar que las “rapid action forces” o fuerzas de acción rápida, tan importantes entonces para justificar el fin de la mili en aras a una “profesionalizada intervención de paz”, se han deslucido mucho ahora al haber aumentado los riesgos propios, y la pretendida eficacia de la intervención, en unos conflictos armados donde mandan potencias militares sin escrúpulos. Lo que toca ahora es una disimulada (y deshonrosa) retirada exterior para pasar a reforzar la defensa del territorio nacional.
Entremos, mejor, en las variables en las que podemos tener algo que decir sobre la base de nuestra experiencia activista. Una de ellas, importante, es la opinión pública sobre la recuperación, hoy en día, de la mili obligatoria. Revisamos el reciente estudio publicado este mismo año 2025 por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. El ECFR (en inglés) es, en realidad, un think-tank (en castellano se traduce torticeramente como “grupo de expertos”) creado en 2007 aunando personas influyentes de partidos moderados de centro (digamos centro-derecha y centro-izquierda) en Europa. Por poner un ejemplo, un miembro destacado del Consejo de este organismo es Javier Solana, que fue secretario general de la OTAN y PESC de la Unión Europea.

En este gráfico podemos observar, en términos de población general, cómo Francia y Alemania se ponen a la cabeza a favor de recuperar el servicio militar obligatorio: 61% en Francia y 54% en Alemania. En el otro extremo (quitamos el Reino Unido de la ecuación por razones históricas), están Hungría y España: 32% y 36%. Obviamente, no es lo mismo Hungría, en zona peribélica, que una España en el extremo occidental y con tradición “neutral” en los conflictos mundiales, pero retengamos el dato.
Lo importante es la gran diferencia en apoyo a la obligatoriedad de la mili que hay entre los primeros países a favor y los segundos países en contra. Entrando en detalles que nos podrían aclarar las claves del apoyo a la mili obligatoria, observamos datos que no nos sorprenden: los hombres están más a favor que las mujeres, y la derecha política más que la izquierda. Al respecto de esto último, vemos que en Alemania la derecha del CDU/CSU se posiciona a favor en un 76% mientras que la izquierdista Linke se queda en el 25%; vemos que en Italia Fratelli d’Italia apoya en un 69% mientras que Partito Democratico se queda en un 25%; y vemos que en España VOX está en el 69%, PP en el 44% y PSOE se queda en el 25%. Todos los datos de esta encuesta en función de las distintas variables pueden ser consultados en https://datacollection.ecfr.eu/.
¿Y qué pasa con las generaciones jóvenes, quienes están entre los 18 y los 29 años y pueden ser quienes vivan el propia carne este cambio? Pues este grupo de edad, como parecería lógico, se muestra siempre más refractario a la idea. Pero no tanto como podríamos esperar: están a favor de la mili obligatoria un nada desdeñable porcentaje del 48% en Francia y un 41% en Rumanía. En el otro extremo están Alemania e Italia con un 18% y Hungría con un 19%. Nos sorprende España: 27%. Buscando una explicación a este porcentaje del 27% entre los más jóvenes en relación al 36% que vemos en la población general, cuando es evidente en todos los países que el apoyo a la mili aumenta sustancialmente con la edad, vemos que en nuestro país la oposición mayor está entre quienes hoy tienen entre 50 y 65 años, precisamente quienes vivieron con mayor intensidad la insumisión y objeción de conciencia de los noventa. Esto es algo que debería llevarnos a alguna reflexión como movimiento antimilitarista.
Seguimos en el siguiente capítulo con un repaso detallado a la evolución de esta cuestión en los diferentes países europeos, cuáles son los modelos que se están instalando, y cómo queda nuestro país en este nuevo panorama.
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Anarquismo no fundacional, anarquismo funcional al capital
4 de desembre, per Redacción04/12/2025Etiquetas:En la primavera de 2024 la editorial Gedisa publicó el que, hasta hoy, es el ensayo más definitorio de las posiciones políticas de Tomás Ibáñez: Anarquismo no fundacional. Por entonces, compañeros de una conocida librería y editorial del ámbito autónomo me facilitaron el libro en primicia con la intención de promover un debate con el autor. Ese debate nunca llegó a celebrarse, pues Ibáñez rehusó participar.
Desde las primeras páginas entendí por qué se consideraba pertinente que me incorporara a la polémica: pocas posiciones dentro del campo libertario están tan alejadas de las mías como las que defiende esta obra. La leí con atención, tomé notas y organicé mis discrepancias. Como aquel intercambio de ideas finalmente no ocurrió, aquellas anotaciones quedaron archivadas hasta hace poco.
No las convertí entonces en un artículo, en parte porque el anarquismo social y organizado al que pertenezco tenía —y sigue teniendo— tareas más urgentes, y también porque no deseaba contribuir a difundir, ni siquiera críticamente, unas posiciones que considero profundamente dañinas para el anarquismo y la clase trabajadora.
Sin embargo, el 8 de octubre de este año Ibáñez publicaba un texto donde calificaba a la tradición política en la que me enmarco como «anarquismos cavernícolas, retrógrados y autoritarios». Renunciar al debate no implica renunciar a la disputa política, y está claro que ha preferido librarla por otros medios. Aunque esa discusión no parece que vaya a desarrollarse en un terreno fraterno y honesto, por mi parte intentaré —al menos— elevar el nivel: frente a los exabruptos y las descalificaciones, aportar argumentos.
Una teoría en el aire
No obstante, antes de proseguir conviene señalar lo que entiendo como un avance respecto a obras anteriores de la producción de Ibáñez. Me parece muy positivo que en este texto Ibáñez exponga sus posiciones directamente, sin esconderse tras la ficción de un supuesto sector del movimiento libertario, y que asuma sus tesis con su propia voz y firma. Resultaba desconcertante que en escritos previos recurriera a un dispositivo narrativo que hacía pasar por crónica el desarrollo de un hipotético «postanarquismo» del que no existen indicios fuera del entorno académico —como bien muestra la bibliografía— o la imaginación del propio autor.
Ese supuesto postanarquismo no aparece en desahucios, ni en asambleas barriales de autoorganización, no tiene presencia en las luchas laborales, ni en el movimiento antirracista o antirrepresivo. Obviamente, este señalamiento no puede tomarse como un discurso antiteoricista, puesto que desde el sector del anarquismo al que pertenezco, hemos defendido la necesidad de la construcción teórica. Lo que pretendemos señalar es que, entre las ideas defendidas en este ensayo y la realidad social y política, hay una brecha tan amplia que todo contacto con la práctica queda descartado. De esta separación entre praxis y reflexión nacen los análisis tan desfasados en los que se sustenta su argumentación. Es un libro que ha nacido viejo, completamente superado hace más de una década. Producto natural del aislamiento político.
Si, como recuerda citando a Proudhon, «la idea nace de la acción y debe retornar a la acción», este libro cumple dicho principio de forma peculiar: las ideas que defiende nacen de la acción de publicar papers en revistas indexadas y retornan en un texto desvinculado de toda práctica militante, salvo filosofar y ofrecer conferencias sin posibilidad de réplica.
Un breve recorrido por el texto
Antes de elaborar un debate necesitamos aclarar las ideas fundamentales elaboradas por Ibáñez. El libro comienza celebrando la pluralidad de comprensiones y estrategias libertarias. Sin embargo, el objetivo declarado del libro es nítido: presentar una «nueva variante» del anarquismo —el anarquismo «no fundacional»— y defender su capacidad para romper con las «inercias» que, a su juicio, inmovilizan al resto de corrientes, evitando reproducir en la práctica libertaria la dominación que combate.
Para justificar esto, el autor examina el «periodo de formación» del anarquismo con el objetivo de situar las particularidades que lo marcaron: la modernidad, la Ilustración y el movimiento obrero. En ese contexto, emergen las formulaciones socialistas que beben de valores ilustrados —libertad, igualdad, razón, progreso, emancipación— y de las cuales el anarquismo sería la vertiente más radical, orientada hacia una perspectiva revolucionaria de masas.
Aquí Ibáñez empieza así a cimentar su tesis: el anarquismo habría asumido valores que lo impregnaron —«hipervalorización de la razón», universalismo «totalizante», «humanismo», «progreso»— y que, según él, contienen una tendencia autoritaria, además de resultar hoy insuficientes. El anarquismo no fundacional es defendido como «un antídoto contra las huellas que el fundacionalismo ha dejado en los anarquismos».
Pero este antídoto solo se hizo posible a partir de la segunda mitad del siglo XX. ¿Qué sucedió en este periodo para que emergiese un anarquismo no fundacional? Ibáñez señala tres cuestiones: la desaparición de la clase trabajadora con el postfordismo, la financiarización de la economía y las sociedades del bienestar, la consolidación de un sistema capitalista insuperable contra el que no cabe acción trasformadora y una crítica a los proyectos revolucionarios por totalitarios y criminales.
A partir de aquí, Ibáñez anuncia la emergencia del anarquismo no fundacional, apoyándose en el postestructuralismo y en la crítica a los valores ilustrados. De ello deriva varias tareas: la crítica al sujeto que reduce la política a ejercicios de deconstrucción; la crítica a la Revolución por su carácter totalizante que desemboca en negar todo centro de poder y como conclusión, una estrategia que hace de la necesidad, virtud: solo se puede resistir.
En resumen; propone el abandono de lo estratégico en favor de lo táctico, la sustitución del proyecto revolucionario por un «deseo de revolución» asociado a lógicas autonomistas y de estilo de vida y la construcción de «espacios sin dominación»: la tan cacareada política prefigurativa y la micropolítica centrada en relaciones interpersonales. Esta línea afirma que, ante la imposibilidad e indeseabilidad de transformar el mundo, bastaría con transformarnos individualmente.
El anarquismo no fundacional se define como un anarquismo «sin principios» ni «finalidades». Sin objetivos que orienten la acción, desaparece también la necesidad de estrategia.
El anarquismo no fundacional se sitúa como una teoría de la resistencia que, sin entrar en valoración acerca de la posibilidad, o no, de una sociedad desprovista de poder, rehuye sin embargo constituirse a sí mismo como una modalidad de poder opuesta al poder vigente, promoviendo la condición de la ingobernabilidad y de la inservidumbre voluntaria como señas de identidad.
Tras el trazado de una genealogía propia que va Stirner a Landauer, pasando por Nietzsche, y que deja en evidencia la fascinación de ciertas figuras del anarquismo ibérico por corrientes individualistas burguesas, el texto termina cayendo en un callejón sin salida: si en una página sostiene que vivimos bajo un «totalitarismo que clausura (…) la desobediencia», dos páginas después, se verá obligado a afirmar que ese totalitarismo «no ha colonizado todo el espacio de la vida». Cuando tu propia argumentación te despoja de cualquier motivo para comunicarte con el exterior, el aforismo foucoultiano que reza que «todo poder genera formas de resistencias» es lo único que justifica tu dedicación a la teorización política y ese afán desmedido de protagonismo.
Dictamos ahora sus principales tesis: ya no hay explotación y por tanto no existe la clase obrera, el capitalismo es invencible y la revolución no es posible, y aunque lo fuese seria indeseable por ser un proyecto totalitario.
Tragando (y propagando) el cuento neoliberal
Ibáñez asume sin réplica el argumentario diseñado en los think tanks del liberalismo más descarnado. El «fin de la historia» habría llegado de la mano de la desaparición de la lucha de clases, consecuencia necesaria —según sostiene— de la desaparición de la clase trabajadora. Así, sin despeinarse y como buen hijo de su tiempo —el tiempo de la derrota—, equipara la precarización, la sociedad de consumo y bienestar y la reorganización internacional del capitalismo —que desplaza la producción hacia periferias cada vez más explotadas— con la pura y simple eliminación de la clase trabajadora.
No encontramos más fundamentación por su hipótesis de que la financiarización supone la superación de una economía basada en la explotación de la clase trabajadora. Todos los datos indican lo contrario, nunca en la historia hubo una clase trabajadora más numerosa, más extendida por el planeta y más diversa que en la actualidad. La desaparición de la clase obrera que proclama Ibáñez parece deducirse únicamente de su propia falta de contacto con ella.
Pocas afirmaciones resultan más etnocéntricas que la que reza: «lo que no puedo ver desde mi ventana no existe». Pero Ibáñez parece decidido a superarse a sí mismo. Desde la crisis global de 2008, marcada por la incapacidad explícita del capitalismo para recuperar tasas de crecimiento siquiera aceptables dentro de su lógica —y agravada por el colapso climático en curso y la crisis energética— incluso voces antes entusiastas del «capitalismo eterno» reconocen ya el error de haberlo considerado como un sistema de resiliencia infinita, así como la equivocación de dar por muerta la lucha de clases. Nuestro autor, sin embargo, se aferra a ese barco aunque vaya a pique. Como recuerda el refrán: que la linde se acabe no significa nada para quien está empeñado en seguirla.
En esta misma lógica, Ibáñez caracteriza las tres oleadas internacionales de protestas e insurrecciones del último decenio como fenómenos locales, desconectados y esporádicos. Nuestro autor es incapaz de atisbar siquiera que el capitalismo entra en una fase de turbulencias estructurales, que la verdad no te estropee un buen análisis. La magnitud, persistencia y simultaneidad de esas luchas —desde revueltas contra la austeridad hasta movimientos antirracistas, feministas, climáticos y antioligárquicos— quedan así reducidas a mera anécdota.
Si las dos tesis centrales sobre las que se sostiene su argumentación —el fin de la lucha de clases y la imposibilidad de superar el estado actual de cosas— se derrumban con tanta facilidad, podría pensarse que aquí terminarían los problemas. Pero nada más lejos de la realidad. Tenemos el claro ejemplo de militante que paso de ser derrotado a ser un derrotista, para hacer de su derrota principal tarea política. De deprimido a depresor.
Una parodia de la revolución
Ibáñez, lejos de realizar una lectura crítica y materialista de la historia de las luchas revolucionarias protagonizadas por la clase trabajadora, opta por reproducir sin examen la consigna posmoderna del fin de los grandes relatos. Desde ese presupuesto, asume que cualquier proyecto revolucionario es, por naturaleza, totalitario, y que toda tentativa de transformación radical está condenada a degenerar en terror, burocracia y supresión de la libertad. Más que un análisis, lo suyo es una renuncia preventiva a pensar la revolución fuera de la caricatura que el orden dominante y los intelectuales progres necesitan para legitimarse.
Sin embargo, para nosotras —y para toda tradición emancipadora que se toma en serio la capacidad humana de autogobierno— la revolución no tiene nada que ver con ese espantajo construido para desactivarla. La revolución que defendemos no es un ejercicio de ingeniería social teledirigido, sino el punto más alto del desarrollo humano, tanto personal como colectivo: la apropiación consciente de nuestras vidas, de nuestras necesidades y de nuestro futuro. Es la irrupción del pueblo trabajador en el gobierno de lo común, y no una operación de mando vertical.
Si Ibáñez no se refiere a esto —si lo que quiere remarcar es que todo proceso revolucionario implica necesariamente la imposición de un nuevo modelo social sobre quienes ocupan posiciones privilegiadas en este sistema de explotación y violencia estructural— entonces, por supuesto, lleva razón. Toda revolución implica derrotar las resistencias de quienes viven a costa del sufrimiento de la mayoría. Aquí no hay trampa: cuando se derroca un orden injusto, a quienes se les «impone» la alternativa es precisamente a los responsables directos de la miseria y dolor.
La maniobra consiste en ocultar esta asimetría, y es una maniobra realmente perversa. Ibáñez habla de «imposición» en abstracto, sin decir quién la ejerce, a quién se dirige y qué intereses están en juego. En cambio, nuestra idea de revolución es clara: no es la homogeneización del mundo, ni la sustitución de una élite por otra, sino el gobierno de todo por todes. ¿Contra quién? Contra quienes pretenden impedirlo: las clases dominantes y sus cómplices, que defenderán hasta el último minuto un sistema que solo funciona reproduciendo el sufrimiento ajeno.
El abandono de la política de masas en pro de la política personal
La propuesta del anarquismo no fundacional termina reducida inevitablemente, a un repertorio de prácticas de estilo de vida, pequeños gestos de resistencia y, en el mejor de los casos, micro experiencias de autonomía cuidadosamente auto limitadas para evitar —según su propio temor— caer en «espacios de reproducción del poder». Este debate está más que superado —otra vez llega muy tarde—. Desde el histórico vapuleo que Bookchin infligió al anarquismo de estilo de vida, hasta las conclusiones que arrojan décadas de dinámicas de gueto que no solo han demostrado su insignificancia política sino también su carácter profundamente endogámico, accesible únicamente para quienes gozan de mayores privilegios dentro del propio orden capitalista.
No obstante, conviene subrayar algo que a menudo se pasa por alto en estas posiciones centradas en el Yo como único sujeto político. La degeneración del autonomismo operario al autonomismo social, que derivó inexorablemente en las estrategias basadas en la búsqueda de la «autonomía personal», expresan un desinterés patente por el sufrimiento ajeno, una ausencia de solidaridad que no es un accidente, sino una consecuencia lógica de su enfoque. Lejos de constituir un desafío al orden existente, reproducen y profundizan la lógica individualista que sostiene al capitalismo y a todas las formas de opresión. En el mejor de los casos, sustituyen la solidaridad de clase por la empatía cristiana.
Podríamos hablar, sin exagerar, de que la propuesta de Ibáñez supone un anarquismo funcional: funcional para los explotadores y opresores porque renuncia a construir poder colectivo. Funcional para el mantenimiento del statu quo porque sustituye la política de masas por una política terapéutica, un refugio identitario que no altera nada más allá de la conciencia del propio individuo.
El amoralismo es un lujo que no todos se pueden permitir
Cabe preguntarse cómo es la vida de quien no muestra el menor interés en cambiar las cosas. Pero basta formular esa pregunta para ver que no es suficiente. Cabe preguntarse por qué alguien puede dedicar tanto esfuerzo y constancia a impedir que nada cambie, a intentar convencer a los demás de que no vale la pena cambiar nada. Y, aun respondiendo estas dos cuestiones, quedaría por resolver una tercera: ¿qué clase de moral sostiene quien defiende una propuesta así frente a quienes literalmente se juegan la vida en ello, frente a quienes resistir no es una elección estética sino una cuestión de supervivencia?
La falta de solidaridad que atraviesa este libro demuestra que la política de los privilegiados continúa midiendo el mundo exclusivamente con el rasero de sus intereses, y lo hace con plena vitalidad. No ha perdido capacidad para esquivar, negar o minimizar el sufrimiento ajeno.
Mientras chavales de los barrios periféricos llenan las paredes con pintadas que llaman a volver a creer que se puede vencer, que la revolución no solo es posible sino necesaria; mientras la juventud se organiza, estudia, construye alianzas y se enfrenta al sentido común que nos quiere desarmados ante esta realidad insoportable, Ibáñez decide que la tarea más urgente, su tarea política, es proclamar que la revolución no solo es imposible, sino que además es indeseable.
Mientras trabajadores y trabajadoras entran en prisión por defender sus derechos laborales, Ibáñez niega la explotación. Mientras en cada conflicto se producen estallidos espontáneos, asaltos populares masivos, él insiste en recordarnos que todos los sacrificios, toda la entrega, todas las batallas que libramos son inútiles.
Aquí los cavernícolas
La práctica de retirar el «carnet de libertario» a quien no piensa como uno es un clásico en nuestro movimiento. Ibáñez, al menos, tiene la decencia de romper públicamente su propia acreditación de anarquista —«fundacional», en su vocabulario— mientras califica al anarquismo organizado, social y revolucionario de autoritario, retrógrado y cavernícola.
A estas alturas del artículo la respuesta es clara: la revolución social no solo es posible, sino también deseable, porque constituye el único camino para enfrentar un sistema criminal que nos conduce al colapso generalizado. Las contradicciones del capitalismo no se atenúan: se profundizan, se aceleran, se globalizan. Entramos en una fase histórica en la que la vieja disyuntiva «revolución o barbarie» recupera toda su vigencia.
Si para conquistar su propia emancipación la clase trabajadora debe derribar las resistencias de capitalistas y opresores —una necesidad tan evidente como inevitable—, nosotras no tendremos ninguna duda sobre qué hacer, ni sobre en qué lado de la trinchera situarnos. Esa batalla ya está planteada, y exige responder con contundencia a quienes se han convertido en portavoces de la derrota dentro del movimiento libertario y de la izquierda revolucionaria. Ibáñez es hoy uno de los más persistentes de esos voceros.
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Eusebio Cortezón, un militante del POUM en Cantabria: coherencia y pragmatismo
4 de desembre, per adiospgou04/12/2025Fuente:Etiquetas:Eusebio Cortezón, un militante del POUM en Cantabria: coherencia y pragmatismo

El 90 aniversario de la fundación del Partido Obrero de Unificación Marxista parece un buen momento para recuperar la memoria de alguno de sus militantes más desconocidos, tanto por su lejanía de lo que fuera el centro de la militancia del POUM, Cataluña, como por haber vivido y desarrollado casi toda su acción política en un pequeño núcleo industrial de Cantabria, Astillero. Eusebio Cortezón Castrillo supo adaptarse a estas condiciones locales y, sin renunciar nunca a sus ideas comunistas, supo evitar los enfrentamientos frontales inútiles y priorizar un pragmatismo que le abrió las puertas de algunos medios desde donde desarrollar la intervención política. En ese sentido, su biografía política nos proporciona una auténtica lección de militancia.
Había nacido en 1894 en una familia trabajadora. Su padre era conductor en la refinería Desmarais Hermanos a principios de los años veinte en el pueblo de Astillero, un pequeño núcleo con una población bastante estable de entorno a los 5.000 habitantes que jugaba el papel de centro minero del hierro de la cuenca de Peña Cabarga y el Arco de la Bahía de Santander. Aprendió el oficio de ebanista, en el que alcanzaría gran maestría, y se casó en 1915, con apenas 21 años y sin haber realizado aún el servicio militar. Fue precisamente durante el mismo cuando la influencia de un oficial le inició en el socialismo, entrando a formar parte de las Juventudes Socialistas. En 1919 se encontraba en una campaña de propaganda “tercerista” en Vizcaya en la que compartió algunos actos con Joaquim Maurín[1], que, aunque procedía del sindicalismo revolucionario y la CNT, defendía igualmente la incorporación a la Tercera Internacional. A principios de 1920 Cortezón se trasladó con su familia a Ortuella, prácticamente al mismo tiempo que las Juventudes Socialistas decidían su entrada en la Internacional Comunista y su transformación en Partido Comunista Español. Allí, en aquel centro minero vizcaíno, en medio de un clima de intensa agitación social, vivió la escisión del PSOE y creación del segundo partido comunista, el Partido Comunista Obrero Español; participó de las tensiones entre ambos grupos y de su unificación cumpliendo las órdenes de la Komintern para formar el Partido Comunista de España; también fue testigo -en completo desacuerdo como muchos de los militantes- de la tormentosa relación entre el PC de Vizcaya bajo la dirección de Bullejos y el PSOE-UGT, que acabó en violentos episodios que intentaron resolver a tiros[2].
El PCE en aquellos años aún no tenía bien definida su posición sindical. En la mayoría del Estado venían optando por la UGT, por considerarla marxista y por tanto más próxima, frente a la línea mayoritariamente anarquista de CNT. Pero en Vizcaya, el mencionado enfrentamiento con la agrupación socialista y su central sindical llevó a algunos militantes comunistas a aproximarse a la CNT, mientras otros prefirieron quedarse fuera de ambas centrales sindicales. Cortezón optó no sólo por afiliarse sino por construir su propio Sindicato Único de Ortuella, siguiendo el modelo difundido por Manuel Buenacasa para la CNT, que agrupaba a todas las profesiones y que podía convivir con los sindicatos únicos de los grandes sectores como el minero o del metal. El 9 de septiembre de 1923, mientras recaudaba fondos por los talleres de la zona para mantener la huelga general de la cuenca minera vizcaína que el PCE había convocado en solitario en junio, Cortezón fue detenido. Faltaban solamente cuatro días para que se produjera el pronunciamiento de Primo de Rivera.
La Dictadura de Primo de Rivera
Cuando salió de la cárcel regresó a Astillero, donde fijaría su residencia definitiva. Las nuevas condiciones impuestas por la dictadura habían afectado de manera desigual a las organizaciones obreras. En Cantabria, mientras la Federación Local de Sindicatos de CNT y el PCE desaparecieron, la Federación Obrera Montañesa (FOM) de UGT y el PSOE eran toleradas, haciéndose con el monopolio de la dirección del movimiento obrero a cambio de un colaboracionismo bastante explícito. Cortezón tuvo que elegir entre quedarse al margen de las organizaciones obreras o ingresar en la FOM y trabajar desde dentro. En 1925 se encontraba ya bien situado tanto a nivel personal como político. Trabajaba como asalariado a tiempo parcial en una de las dos refinerías de petróleo instaladas en el pueblo desde finales del siglo XIX, Desmarais Hermanos, y había abierto un taller de ebanistería que pocos años más tarde atendía encargos de importantes comerciantes e industriales y de la iglesia de los Jesuitas de Santander, e incluso exponía sus piezas en el Teatro-cine de Astillero a finales de 1928. En la FOM consiguió pronto un reconocimiento, se le encargaban los mítines del 1 de mayo en Torrelavega y era elegido delegado (por el Sindicato de Oficios Varios) para los congresos regionales e incluso para el Congreso Nacional Extraordinario de UGT en 1927.
Cortezón definía ese periodo de libertades limitadas, como un momento de acumulación de fuerzas que exigía volcarse en la creación de una organización de masas obreras conscientes y bien preparadas, tanto en el terreno social -desarrollando la conciencia de clase-, como en el profesional -proporcionándoles mayor autonomía para que dejasen de ser meros engranajes de una máquina que debía ser dirigida-, mejorando su capacidad productiva y contribuyendo así al progreso general. Por eso siempre, pero sobre todo durante este periodo, dio particular importancia a la formación y el desarrollo de la inteligencia, orientada a la identificación de problemas, a proporcionar el criterio y la capacidad de discernir entre distintas opciones; trataba siempre de evitar el mero adoctrinamiento, sustituyéndolo por el desarrollo de un espíritu crítico. Defendía “todo lo que era luz y progreso”, un lema que orientaba el plan que proponía para la Casa del Pueblo de Astillero y que en esos años estaba en proyecto; en su opinión debía incluir escuela nocturna, biblioteca de libros técnico y de dibujo, cooperativa, escuela para hijos de obreros y orientación profesional. Su idea de progreso participaba de la concepción general de los tiempos, claramente burguesa; incluía el desarrollo de una industria productiva, de unas comunicaciones rápidas y seguras, pero también de las mejoras de las condiciones de vida. De ahí su destacado apoyo al proyecto del ferrocarril Santander-Mediterráneo, liderado entonces en Cantabria por un viejo republicano, el doctor Madrazo, para quien organizó algunos actos y conferencias.
Los medios de los que se valió para difundir la propaganda y la formación fueron varios. En primer lugar, los mítines sindicales de la FOM, en los que no perdió ocasión para defender sus ideas ante sus compañeros sindicales, tratando de convencerles de las prioridades del momento: organización y desarrollo de la conciencia de clase. En segundo lugar, se sirvió de las asociaciones culturales que le proporcionaban un auditorio obrero y popular y le permitían ganar reconocimiento. Recuperó las conferencias dominicales de la Sociedad Recreativa de Guarnizo -que existía desde 1908 pero se encontraba en un estado decadente- y desde 1925 formó parte de la junta directiva de la Sociedad del Orfeón de Astillero-Guarnizo que acostumbraba a ofrecer una conferencia antes de cada actuación. Cortezón no sólo se reservó algunas de ellas en ambas asociaciones, que versaron casi siempre sobre temas formativos, sino que también tuvo la posibilidad de seleccionar conferenciantes en la misma línea. El tercer instrumento utilizado fue la prensa regional[3], principalmente en el diario La Voz de Cantabria, un periódico de derechas que se consideraba independiente por incluir algunos artículos liberales e incluso obreristas, entre los que se encontraban, además de los artículos de Cortezón, una sección sindical semanal de casi una página entera firmada por el socialista Antonio Ramos en representación de la FOM. Su director, José del Río (que firmaba como Pick) presumía de su amistad con Cortezón, al que admiraba por su capacidad organizativa en la creación del Sindicato Único de Ortuella; una amistad a la que Cortezón decía corresponder.
En 1930 las nuevas condiciones de la Dictablanda de Berenguer le ofrecieron nuevas oportunidades que no desaprovechó. En el terreno sindical, la Federación Local de Sindicatos (FLS) de la CNT abrió de nuevo sus centros obreros y Cortezón, con el pequeño grupo de obreros de CAMPSA[4] que le seguía, abandonaron la FOM y crearon el Sindicato Único del Petróleo integrado en la FLS de la CNT. Por otra parte, la creación de un Consejo Municipal provisional que vino a sustituir al que había gobernado durante la dictadura, le permitieron vislumbrar la posibilidad de intervención en ese terreno, y, aunque no formaba parte de dicha corporación provisional, en su primera sesión Cortezón intervino desde el público acusando al anterior Consejo, presidido por Casimiro Tijero -propietario y director de la principal empresa metalúrgica, Talleres Astillero-, de mala gestión, gastos irregulares y corrupción, reclamándoles la gratificación de 5.205 pts. concedida a la Guardia Civil por la represión de la huelga de 1928 de Talleres Astillero. Ese mismo año de 1930 Cortezón ingresó en la Agrupación Republicana recién formada, ocupando el cargo de subsecretario; y bajo esas siglas (las del PSOE al parecer le estaban vetadas y no había otras formaciones de izquierdas) acudió a las elecciones del 12 de abril de 1931.
La República durante el bienio progresista
Cortezón empató a votos con otro candidato republicano y fue nombrado primer teniente alcalde y presidente de la comisión de obras. Hasta su suspensión en noviembre de 1934, en pleno bienio negro, su intervención ofreció varias dimensiones: por una parte crítica, en la línea que ya había adoptado en las intervenciones desde el público y en los artículos de prensa anteriores a las elecciones, denunciando la mala gestión de los recursos y la ineficacia para resolver los problemas pendientes; por otra, reivindicativa y creativa, proponiendo la formación de una comisión para revisar la gestión del Ayuntamiento durante el periodo de la Dictadura (consiguiendo que se procesase a los dos alcaldes anteriores por malversación, aunque el caso fuera después sobreseído en 1934); tratando de eliminar los privilegios de la Guardia Civil (cuyas familias estaban incluidas en la beneficencia); presentando planes de obras (incluidos dos grupos escolares) vinculados a bolsas de empleo municipal (de las que quería excluir a los esquiroles que llegaron al pueblo desde Galicia y Andalucía para cubrir los puestos de los despedidos por Talleres Astillero durante la huelga de 1928); finalmente impulsó la condena de la Sanjurjada en 1932, que llevó a la firma unánime de un comunicado que incluía una petición de castigo ejemplar para los encausados. El 3 de noviembre de 1934, él y otros seis concejales de la corporación fueron suspendidos y sustituidos por concejales del partido radical hasta después del triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936 (Obregón, 2006).
Pero durante este primer periodo en que fue concejal, apenas cinco meses después de su elección, Cortezón cambió su filiación política. Abandonó en agosto de 1931 la Agrupación Republicana, anunciando a sus compañeros que iba a realizar un largo viaje ideológico que le impediría mantener su compromiso con los objetivos adoptados. En octubre de ese año creó en Astillero una Agrupación Comunista, no vinculada a la línea oficial del PCE, sino a la Oposición Comunista Española (OCE), de la que Cortezón y su grupo ya para entonces formaban parte, y que en diciembre de 1931 se integraría en la Federación Vasco-Navarra. Inspirada en la Oposición de Izquierda soviética liderada por Trotski, se consideraba una fracción del PCE oficial que seguía la orientación estalinista de la Komintern, y se marcaba como objetivo la regeneración del partido. Después de la Tercera Conferencia de dicha fracción, en marzo de 1932, se constituyeron en partido independiente, cambiando su nombre al de Izquierda Comunista Española (ICE) (Pagès, 1977).
El bienio negro y la fundación del POUM
Tras el triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, tanto ICE como el Bloque Obrero y Campesino -con presencia fundamentalmente en Cataluña- comenzaron a llamar a la formación de un frente único de todas las organizaciones obreras políticas y sindicales. Cortezón defendió tal posición de Alianza Obrera en el mitin del 1 de mayo de 1934 y más tarde en un artículo en La Batalla (nº 220, 11-10-1935), defendiéndola frente a la fórmula de frente único que sostenía el líder socialista Bruno Alonso -que estaba mucho más próxima a lo que luego sería el frente popular y separándose también de la forma izquierdista que proponían los comunistas oficiales de “frente único por la base”. Como es bien sabido, la fórmula de Alianza Obrera sólo llegó a hacerse realidad en Asturias -donde demostró su potencial revolucionario durante la huelga insurreccional de octubre de 1934- y parcialmente en Cataluña, aunque sin la participación de la principal fuerza obrera, la CNT[5]. En Cantabria, la llamada de Cortezón, que apenas traspasaba el umbral del pueblo de Astillero, no tuvo ningún efecto. Ni siquiera llegó a producirse la propuesta de Alianza Obrera que lanzase el PSOE a nivel nacional que incluía a los republicanos de izquierda, que ellos mismos dilataron en Cantabria cuando el PCE decidió integrarse (Puente, 2015). La derrota de la huelga de octubre sólo le dejó la posibilidad de trabajar en las comisiones pro-presos, destinada a conseguir fondos de ayuda a las familias de los detenidos en Cantabria y Asturias, y a reivindicar la amnistía.
El 27 de septiembre de 1935 la unión de Izquierda Comunista Española y del Bloque Obrero y Campesino dio lugar al Partido Obrero de Unificación Marxista. Unos meses más tarde se convocaban las elecciones de febrero de 1936, a la que los partidos obreros concurrieron en un Frente Popular junto con los partidos republicanos de izquierda. El POUM, no sin discusiones internas, acabó por integrarse en dicho Frente, reconociéndole sólo como una mera alianza electoral y, según argumentaba, para no quedar aislado[6]; la propia CNT, que se mantuvo fuera del Frente Popular, abandonó su acostumbrada campaña abstencionista e incluso llamó a votar, aunque sólo fuera para conseguir la amnistía.
Tras la victoria, Cortezón recobró la concejalía desde la que intentó recuperar el tiempo perdido y los retrocesos que el bienio negro había producido. Propuso que se anulasen y revisasen todos los acuerdos del Ayuntamiento tomados entre 4 de octubre de 1934 y el momento de la fecha (4 de marzo de 1936), y fue elegido miembro de la comisión de revisión. Propuso también la anulación de la plantilla de funcionarios municipales elaborada durante ese periodo y la retirada de la gratificación que se concedía al sereno, un personaje manifiestamente de derechas y del que más tarde se sospecharía haber tenido cierta complicidad en un atentado que se produjo contra el alcalde y Cortezón. Todas esas propuestas fueron aprobadas por el Consejo Municipal, pero el secretario del Ayuntamiento avisó de que la anulación de los acuerdos anteriores, incluido el del escalafón de funcionarios, era ilegal; sólo procedía su revisión por si alguno de ellos no estuviese entre las atribuciones municipales. Impulsó también desde el Consejo Municipal la construcción de dos escuelas de párvulos (una en cada pueblo del Ayuntamiento) para acoger a los 110 niños y niñas que quedaron sin escolarizar al cerrarse el colegio de monjas de San Vicente Paul en virtud de la suspensión de la enseñanza religiosa. En la sesión del 16 de julio Cortezón solicitó -y le fue concedida- licencia por asuntos propios de más de 8 días y el propio día 18 de julio, coincidiendo con el golpe, se encontraba de viaje a Madrid. El tren fue detenido en tierras burgalesas y Cortezón pudo escapar, aunque sólo se sabe que acabó llegando a Barcelona y que desde aquí volvió a Astillero tres meses después por el sur de Francia.
El POUM se manifestaba en contra del Frente Popular, por considerar que -según escribía Nin en L’Hora el 11 de junio de 1937- se basaba en la colaboración de clase y en un antifascismo abstracto que en la práctica contribuía a sostener el régimen capitalista bajo la forma de república democrática parlamentaria (Nin, 2011). Cortezón, por supuesto, compartía este análisis y defendía la consigna del POUM de “guerra en el frente y revolución en la retaguardia” (Durgan 2025), pero en Cantabria la cuestión no era fácil. Cuando volvió en octubre se encontró con que desde el mes de agosto la Federación Obrera Montañesa (UGT) y la Federación Local de Sindicatos (CNT) habían establecido una alianza para reconstruir el poder republicano: primero ganar la guerra y luego ya hablaremos de revolución social. Las relaciones entre las dos centrales pronto se deterioraron; los términos del acuerdo eran difícilmente conciliables con el discurso de la CNT; mientras la UGT entendía las incautaciones y el control obrero como un servicio a la República, tanto la CNT como el POUM lo veían como una práctica revolucionaria (Gutiérrez y Santoveña, 2000). Cortezón, haciendo gala de su habitual pragmatismo, supo encontrar los mejores lugares de intervención para sus posiciones.
El 6 de octubre ya se había incorporado a la corporación municipal y en la sesión del 13 de octubre propuso un ambicioso plan urbanístico que suponía el derribo de numerosos muros y cierres para alinear calles, despejar plazoletas, obras de alcantarillado para suprimir pozos negros, desviaciones de la línea de tranvías, etc. Todo tenía como principal objetivo, además de hacer más cómoda la ciudad, aliviar el paro. Para su realización recurría a dos fuentes: un prorrateo hecho por el Frente Popular entre el vecindario pudiente que ascendía a 9.800 pesetas y una subvención concedida por el Estado para mitigar el paro obrero de 28.000 pts.
En el terreno sindical y en el proceso de incautaciones y colectivización, Astillero y su entorno ofrecían un amplio campo de intervención; casi todas las grandes empresas, por distintas razones, tenían una importancia estratégica y fueron incautadas: CAMPSA como suministradora de petróleo; Talleres Astillero dedicada a la construcción naval y a la fabricación de todo tipo de piezas (reconvertida para la guerra); las minas de hierro de Orconera, que por ser de capital inglés no fueron incautada pero sí sometida a control obrero; el ferrocarril Astillero-Ontaneda, que permitía un acercamiento de tropas al puerto del Escudo y al frente de Burgos; la Sociedad Electrometalúrgica del Astillero (El Carburo) de Guarnizo; la central Electra Pasiega y otras industrias más pequeñas que fueron incautadas por la huida de sus propietarios. El día 3 de octubre de 1936 fue incautada la factoría de CAMPSA en Astillero y se constituyó el consejo obrero presidido por Eusebio Cortezón -recién llegado de su viaje-; el consejo asumió toda la dirección tanto técnica como administrativa y redujo la jornada laboral a seis horas, demostrando que podían realizar el mismo trabajo que antes con ocho (La Batalla, nº 84, II, 7-11-1936). Y, junto con el alcalde, fue comisionado por el Consejo Municipal para que se entrevistase con el director general de Industria para la incautación por un consejo obrero de la central de la Electra Pasiega establecida en el pueblo.
Por otro lado, la prensa regional siguió siendo su principal vehículo de difusión; desde ella llamaba a la responsabilidad en la retaguardia para levantar la economía, para que pusieran en práctica el propio programa obrero y organizaran su nueva vida bajo sus concepciones sociales; pedía la solidaridad internacional, no a los los gobiernos empeñados en emplear la diplomacia, sino al proletariado y oprimidos de esos países amenazado por el fascismo internacional; desvelaba los problemas y destapaba las falacias de los discursos del enemigo, del fascismo y la Iglesia, semillas que arraigaban con facilidad entre las clases favorecidas de la sociedad semifeudal española; descubría las redes de poder tejidas desde hacía muchos años y defendía la necesidad de una depuración pendiente; contraponía el discurso marxista al del liberalismo burgués; explicaba la incapacidad de la pequeña burguesía para dirigir la transformación social y la pasividad de los campesinos montañeses necesitados de ayuda.
La campaña contra el POUM que desde finales de 1936 se agudizó en todo el Estado, dio lugar, después de las jornadas de mayo de Barcelona, a su ilegalización, a la detención de toda su dirección y al asesinato de Andreu Nin. En Cantabria tuvo un efecto más limitado, aunque no del todo inexistente. La disolución de la corporación municipal en marzo de 1937 y su renovación por parte del gobernador civil, dejó fuera a Cortezón, que ya no había asistido a la sesión del 17 de diciembre. Y dos de los tres miembros del Comité Agrario de Astillero aparecieron marcados con el dibujo de sendos ojos como posibles militantes del POUM. Pero Cortezón pudo seguir publicando sus artículos en la Voz de Cantabria, periódico incautado por el Frente Popular. Es verdad que desde mediados de agosto de 1936, después de que el socialista Juan Ruiz Olazarán fuese nombrado gobernador civil de la provincia, la actividad censora pasó a depender directamente del Gobierno civil y fue aplicada con bastante rigor (Gutiérrez y Solla, 2010: 44). Fueron varios los artículos de Cortezón en los que dejó la inconfundible huella, marcada con espacios en blanco o con tachaduras. También que en el mismo periódico escribía un comunista del comité local del PCE, Bruno Fontana, que hablaba ruso y se mostraba muy fiel a la línea oficial de la Komintern, y que publicó un artículo sobre el POUM en febrero de 1937 que recogía todas las calumnias estalinistas sobre el partido, aunque afirmaba que dicha plaga era desconocida en el Norte de España. (La Voz de Cantabria, 9-2-1937). La explicación posiblemente de esa menor persecución en Cantabria respondía, probablemente, a tres razones. En primer lugar, la poca importancia que esa pequeña célula en un pueblo de 5.000 habitantes tenía en el contexto general, que se combinaba además con la debilidad del partido comunista oficial que carecía de militantes en el pueblo; los ataques, por tanto, hubiesen tenido que llegar de fuera y enfrentarse al prestigio que Cortezón y los suyos tenían en su entorno. En segundo lugar, socialistas y comunistas, cuya complicidad en la persecución del POUM fue imprescindible después de la sustitución de Largo Caballero por Negrín en junio de 1937, se vio en Cantabria enturbiada precisamente desde esa fecha a consecuencia de la suspensión de todos los periódicos regionales y su sustitución por uno sólo, La República, decretada por el gobernador civil por falta de papel y tinta impuesta por el bloqueo; el decreto afectó también a los periódicos obreros, y los comunistas trataron de esquivarlo imprimiendo su prensa en Gijón, pero sus vendedores fueron perseguidos, y los comunistas vieron en ello una maniobra de los socialistas para detener su crecimiento, por lo que las relaciones entre ambas formaciones se deterioraron (Gutiérrez y Solla, 2010). Por último, la Agrupación Comunista de Astillero, que todo el mundo identificaba como POUM, no lo era oficialmente y no quedó demasiado tiempo para una persecución, ya que el 26 de agosto los nacionales entraron en Santander.
Cortezón fue detenido el 29 de agosto de 1937 fue juzgado y respondió a las denuncias que formularon cuatro vecinos del pueblo, que además de acusarle de ser de ideas marxistas revolucionarias y fundador del partido comunista del pueblo y el sindicato del petróleo, fue el responsable de los asesinatos del director de la fábrica de petróleo y de su participación en el asesinato de otras personas del pueblo, de la incautación y derribo de numerosas casas y propiedades de personas derechistas; poco después se añadieron la destrucción de la iglesia, el robo de sus campanas, y el haber sido causante de la muerte del cura de Astillero. Por todo ello fue condenado a muerte. Tras permanecer más de un año en la cárcel esperando que se resolviese su recurso, mientras tres de sus enemigos pedían repetidamente su ejecución, fue sacado subrepticiamente de la prisión el 7 de diciembre de 1938 y fusilado, cuando ya le habían concedido el indulta. Su comunicación oficial llegaría unos días después.
El 21 de octubre de 2025 se dictó sentencia en el juicio de revisión promovido por la Fiscalía de Memoria Democrática, en la que se reconoce que la condena de Cortezón fue debida únicamente a razones ideológicas.
Notas
[1] Según él mismo nos cuenta en el obituario que dedicó a Maurín, a quien creían muerto tras ser éste detenido en 1936 cuando trataba de regresar a Barcelona desde Galicia. La Batalla, nº 60, 10 de octubre de 1936.
[2] Al día siguiente de los acontecimientos violentos, Andrade, delegado por el Comité Ejecutivo del partido para investigar lo sucedido, entrevistó a varios militantes destacados que se manifestaron en contra de los métodos violentos de Bullejos, aunque ninguno -a pesar de saber que el Comité Ejecutivo respaldaba tal condena- se atrevió a enfrentarse con el líder del Sindicato Minero (Pagès, 2021: 71).
[3] Desde 1930 escribió también algunos artículos en La Batalla firmados con seudónimos como REIS, ZEIS y “El corresponsal”.
[4] Las dos viejas refinerías de Astillero, Desmais Hermanos y Deutsch y Cia, fueron incautadas por el monopolio CAMPSA en 1927, cerrando la segunda.
[5] En esa época la CNT inició las discusiones sobre las Alianzas Obreras, pero la mayoría tenía muchas reticencias; confederales y ugetistas se consideraban de esencias contrapuestas e irreconciliables (Abad, 1979)
[6] El POUM -que seguía defendiendo su propuesta de Alianza Obrera- se vio obligado a justificar su integración en el Frente Popular, que entendían sólo como una alianza electoral, sin mañana (Broué y Témime, 2020: 77); explicaba la diferencia entre esta alianza coyuntural y la propuesta por el estalinismo en los siguientes términos: “Hay que saber distinguir aquellos momentos históricos en que la amenaza contrarrevolucionaria sea extraordinariamente grave y convenga entonces hacer pactos circunstanciales, transitorios, manteniendo siempre, no obstante, la independencia orgánica del Partido Obrero y el derecho de crítica de los partidos pequeñoburgueses. Esta posición es justa. Lenin aceptaba los pactos circunstanciales con la burguesía radical. Pero de esta posición a la que últimamente ha puesto en marcha la Internacional Comunista —Frente Popular— que encadena el movimiento obrero a la burguesía, media un abismo.” En el número de La Batalla de 20 de abril de 1936, Julián Gorkin justificaba la participación del POUM en la alianza electoral del frente popular de la siguiente forma: “Actuar de otra forma habría sido un imperdonable error táctico. Hemos adoptado una política realista que respondía a las circunstancias. Hemos firmado el pacto del Frente Popular limitándonos a participar en la campaña electoral que nos ha permitido dirigirnos a las masas y hacer ante ellas la crítica del ‘frente populismo’ en nombre de la lucha de clases” (Areal, 2017: 94 y 106).
Referencias
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Areal, B. (2017): La izquierda comunista y la revolución española. La ICE, el BOC y el POUM. Madrid: Fundación Federico Engels. Versión digital: https://fundacionfedericoengels.net/images/PDF/MH_POUM_BA.pdf
Balaguer, O. (2001): Breve semblanza de Eusebio Cortezón, militante del POUM. Fundación de Andreu Nin.
Broué, P. y Témime, E. (2020): La revolución y la guerra de España. México: Fondo de Cultura Económica
Buenacasa, M. (s/f): ¿Qué es el Sindicato Único?. Bilbao: Editorial AURORA.
Cortezón, Luisa (2006): “Mis recuerdos”. Revista Trasversales, nº 4, versión electrónica.
Durgan, A. (2025): El POUM. República, revolución y contrarrevolución. Barcelona: Sylone/Viento Sur.
Gutiérrez Goñi, J. F. y Solla Gutiérrez, M. A. (2010): La Prensa de Cantabria durante la guerra civil. Santander: Asociación de la Prensa de Cantabria.
Gutiérrez Lázaro, C. y Santoveña Setien, A. (2000): U.G.T. en Cantabria (1888-1937). Santander: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria.
Nin, A. (2011): La revolución española (1930-1937). Barcelona: Diario Público.
Obregón Goyarrola, F. (2006): República, Guerra Civil y Posguerra en Astillero y Guarnizo (1931-1947). Astillero: El Autor.
Pagès, P. (1977): El movimiento trotskista en España (1930-1935). La Izquierda Comunista de España y las disidencias comunistas durante la Segunda República. Barcelona: Ediciones Península
Pagès, P. (2021): La historia truncada del Partido Comunista de España. Madrid: Libros Corrientes.
Puente Fernández, J. M. (2015): El Guardián de la Revolución. Historia del Partido Comunista en Cantabria (1921-1937). Torrelavega: Editorial Librucos.
23-10-2025
Manuel Corbera Millán, profesor jubilado de la Universidad de Cantabria y militante de Anticapitalistas





