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Varios argumentos en contra de la solidaridad

dimarts 9 de desembre de 2025, per  Kiko Pavonic

Si la cosa siguiera el rumbo que parece estar llevando —y eso que yo no soy uno de esos pesimistas incurables—, en el futuro alguien contará que un día todo un pueblo se largó a la calle tras el asesinato policial de un quinceañero, y no le van a creer. Todavía menos cuando les quiera explicar que esto no sucedió una o dos veces, sino muchas, con diferentes tamaños y en diferentes sitios, pero muchas veces. Y podrían no creerle teniendo sobradas pruebas de lo opuesto. Ya a veces hoy cuesta creer la potencia movilizadora de la empatía, la indignación y el sentimiento ético. <https://www.portaloaca.com/wp-conte...>

Hace unos días, en el periódico Anarquía, el “argumento” de alguien contra la solidaridad organizada para el pueblo palestino era que había otras guerras. Habiendo otras guerras —decía—, ¿cómo se explicaba que no hubiera miles de personas en la calle también por ellos? Su “punto”, tal vez él no lo sabe creo, pero es un clásico. Hay tantos pueblos y hay tantos jóvenes masacrados por la policía que, según ese razonamiento, deberíamos anular la legitimidad de cualquier acto de solidaridad y empatía que no tomara a todos en cuenta. El argumento, obviamente, buscaba sembrar la duda sobre el gesto insinuando algo sabido por todos y es que todo acontecimiento es desencadenado siempre por una serie de pequeños sucesos, de relaciones de fuerza y también de intereses.

En Malvín Norte y en Marconi he visto a la gente salir a la calle con toda su rabia tras el abuso y la muerte policial, y ninguna revuelta se ha generalizado. ¿Argumento de qué sería esto? No de que unos adolescentes valen más que otros o que hay sentimientos más legítimos. En una canción del anarquista Fabrizio De André, la madre de un ladrón pide a la de Jesús que la deje llorar, pues entre los dos, su hijo no va a regresar. Sin embargo, ni siquiera ahí un dolor es más o menos legítimo.

A todo esto, me parece evidente que también en los movimientos antagonistas y emancipadores hay un espíritu moral o moralista que ha crecido en los últimos años. Su expresión más rauda es un constante juzgar y mostrar las faltas en los otros. Sé que un espíritu juzgón cae —o suele caer—, hijo como es de la impotencia, cuando se le oponen potencias más vivas. No podríamos nombrar las casi infinitas razones que acompañan a la empatía detrás de cualquier levantamiento, ni las que movieron a los griegos a lanzarse a su última gran revuelta.

Sin embargo, contrariamente al intento de argumento de aquel enojado de redes sociales, que haya otros casos —o que haya otros peores— nunca deslegitima el impulso solidario. Me acuerdo de una queja repetida contra los compañeros que luchaban por el cierre del zoológico. Siempre algún transeúnte les reprochaba, esbozando superioridad moral, que “habiendo tanta gente pasándola mal”, se preocuparan por los animales. Sin embargo, el sentimiento de solidaridad por los otros sigue adelante siempre desconociendo las argumentaciones moralistas.

Cuando ve expresiones de solidaridad, la moral de detención siempre pregunta por su autenticidad, cuestiona la legitimidad o compara para desprestigiar. El moralista, como juez que es, no entiende la relación que entabla con la indiferencia. Tal vez en el futuro no van a creer que una población algún día se levantó contra el Estado cuando la policía asesinó a un adolescente. Eso significará que no logramos finalmente torcer las diferentes fuerzas de la indiferencia. Los moralismos, y sus argumentos, habrán vencido.

Regino Martinez

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