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Susurros de un secreto arcaico

dijous 8 de maig de 2025, per  Andrés

El mar dentro del cuerpo es la primera novela de Bárbara Alí. La poeta, en esta ocasión, toma al lenguaje flotando desprevenido en una casa donde su protagonista abrió las canillas para traer algo del mar allí donde no se lo espera. Donde sumergirse en la imagen o el agua activan el desarraigo innato de nuestra especie. Porque entre el viviente y el hablante hay un abismo. Nada de lo que el lenguaje muestra está donde las palabras dicen que está. Y Alí descansa en ese tembladeral. No es que el tiempo pase o deje de pasar. El tiempo viene. Se nos viene y trae con él lo Otro del tiempo. La autora escribe dejando la huella incesante de su desaparición. Por Mariano Calbi para ANRed.

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Mariano Calbi, Doctor en literatura y la autora, Bárbara Alí, durante la presentación del libro en los jardines de la biblioteca popular Ipacaa, en Punta Indio.

Desear

Desear. Así, en infinitivo. La novela de Bárbara Alí expone los modos de una fuerza obstinada en desaparecer bajo el manto de sus propias preguntas. ¿Quién desea cuando desea? Los epígrafes anticipan y cuidan este enigma: “Desear es llevar el destino del mar dentro del cuerpo”. La invocación del poema de Aurora Luque compromete la figuración intrincada de un cuerpo hecho de algas, constelaciones, olas e hipnóticos y procaces animales marinos. Los sexos no tienen sede. Están de antemano heridos por el trazo nocturno de una exterioridad incontenible: “abiertos como tersas actinias”, escribe Aurora Luque. Emboscados entre rocas y anémonas, se deslizan y propagan. El deseo abre un cuerpo encandilado por los habitantes del mar. Las escamas carecen de principio o final, de arriba o abajo. Retienen el temblor contingente de la oscuridad. La convulsión limítrofe e inesperada del espasmo hace de Narciso un Anti-Narciso. Lo hechiza la misma imagen en la que se desconoce (Blanchot). Se deja llevar y hundir por un impulso que mide sin tener con qué aquello que paradójicamente carece de medida. Habla, estalla, se contrae y finalmente se despide de sí. Los microtentáculos de cada palabra acarician el despeñadero caprichoso y resbaladizo del lenguaje. Encuentran en el mar la figura hiperactiva de un relámpago llamado “vida” y en la cita de Melville, la contra-efectuación de lo impensado: “en el agua se desdibujaba, el inaprensible fantasma de la vida”.

La locura es una posibilidad. Un pasaporte hacia el revés del lenguaje. En ella se despliega el habla de lo que se resiste a convertirse en tema. El mundo administrado apenas la conoce. Trabajos, deberes y objetivos pasan por alto el accidente y sus matices. El encierro y la medicalización del cuerpo delirante constituyen su mejor respuesta. Destierran a perpetuidad a quienes ponen en entredicho la eficacia de catálogos e inventarios. Las miguitas del mantel familiar o las máscaras del carnaval carioca descansan en la jaula moral de la representación y el juicio. El espíritu de empresa rechaza la música anónima que insiste y subsiste en el lenguaje. Retrocede y se acuartela frente a los temperamentos expresivos de las cosas. Busca refugio en el encanto didáctico, especular y panóptico de clasificaciones, etiquetas e identidades. Ante las puertas del hospicio, la narradora abandona casi todo. Sin relojes ni gramática, el mundo caduca. En el recuerdo late un pasado espectral. El presente no coincide consigo mismo y los enunciados tampoco. Se camina en silla de ruedas hacia la dicción amniótica de una infancia anterior a todo, inclusive a la misma infancia: “Mi madre lleva mi bolso, me quiere tomar de la mano pero me suelto. Soy una anciana queriendo volver a la tibieza del vientre materno, deseando empezar todo de nuevo” (….) “Mi bolso hinchado sobre el pasto, ¿un vestigio de lo que fui, de lo que soy? No sé en qué tiempo conjugarme”. <https://www.anred.org/wp-content/up...>

Bárbara Alí lee fragmentos de su novela

Escribir

La escritura prescinde de rumbos. La poesía celebra esa errancia y engendra un cuerpo nuevo. Fiel a lo inexistente dibuja la ruta sinuosa hacia la nada. Tenacidad del encantamiento: “Desde ese día armo poemas como oraciones de estampitas, conjuros afrodisíacos, y los leo a escondidas, debajo de la sábana, en las noches de invierno”. El agua disuelve la tinta de las cartas. La opacidad vacila en los márgenes. Caída libre hacia el otro lado del espejo: “(…) ¿qué querés que se lleve el agua para siempre? ¿Qué pasaría si dejáramos un espejo debajo de la lluvia? ¿Quién de los dos resbalaría primero?”. <https://www.anred.org/wp-content/up...>

La autora y su libro, Editorial Golosina.

¿A qué velocidad se vive? ¿A qué velocidad se escribe? Las preguntas retornan como animales insaciables en un relato que como todo relato simula contar una historia, a pesar de que intuye que la historia se extingue palabra a palabra, a medida que alguien se empeña en narrarla. Contar es siempre contar a medias para que el relato no concluya y el cuerpo deseado perdure como fantasma, en el balbuceo que lo saborea por penúltima vez. En ese infinito, la novela recorre imprevisibles madrigueras. El camino o la manera siempre pueden ser otros: “Estoy sucia de tierra y temor, como recién salida de una guerra. Todo alrededor empieza a girar, nada se detiene”. Bajo el curso impredecible de las mutaciones, entre el estrépito de la fuga y la quietud anestésica de los programas televisivos, hay mar de fondo. Fondo blanco en la figura intempestivamente rocker de la narradora o blanco sobre blanco como en el cuadro de Kazimir Malevich. Es ego quien dice ego. Émile Benveniste postuló una teoría del lenguaje constatando en el mismo acto, el desfondamiento inconmensurable de una modernidad atada al simétrico empaquetado de vidas, palabras e información: sobreimpresión forzosa de enunciado y enunciación. Una máscara amable y útil, y quizás, por eso, la más cruel. Entre el viviente y el hablante hay un abismo. Nada de lo que el lenguaje muestra está donde las palabras dicen que está. Barbara Alí descansa en ese tembladeral. No es que el tiempo pase o deje de pasar. El tiempo viene. Se nos viene y trae con él lo Otro del tiempo: “(…) cosas y cositas que no se sabe bien qué son pero que se reconocen por el tacto”. Aquello que Kant necesitó negar para anudar los saberes a las condiciones y desligar el arte de cualquier finalidad que lo encerrara en la domesticidad de la mercancía o de la empresa: “¿Escuchás el silencio? ¿Me ves? El tiempo es una cosa muy rara, si se lo deja estar, se transforma en un pozo que, al asomarse, da vértigo”. El tiempo nos deja mudos y recién ahí, solo ahí, se escribe dejando la huella incesante de su desaparición. <https://www.anred.org/wp-content/up...>

Mesa de lecturas de la novela en Punta Indio. Bárbara Alí, Mariano Calbi, Adri Semilla, Eugenia Correa, Juan M. Sánchez (izq. a der.)

Hay, es cierto, animales: caracoles, tiburones, pulpos, escorpiones. Habitantes de una extensión incalculable se desplazan en aparente mutismo. Sin embargo, Bárbara Alí los oye hablar y lee el pentagrama inaudito del ritmo que, entre el decir y lo dicho, pauta un recomienzo inacabable: “¿Viste? ¿Viste que el mar no se calla nunca?”. No hay más que agua, corrientes escurridizas y escritura. Abandonar el mar es perderse en el laberinto programado de los acuarios o las peceras de la autoayuda. Las especies no necesitan que las identifiquen. Simplemente se expresan bajo la alternancia de reposo y movimiento. El relato se escribe a ciegas porque en la ceguera se actualiza la potencia de ser todo oídos. El canto de los pájaros o el estruendo salvaje de las profundidades modula la inminencia de un acontecimiento incierto: Si te quedás mirando fijo, el cielomar se mueve. Entre hablantes y vivientes, al amor animal de la narradora se vuelve escribiente. A la altura de las cosas, es decir, en el presagio de su desnudez, el entretejido de los cuerpos habla por ella: “Sostengo fuerte la azalea, ojalá una espina me perfore el pecho, una planta reptante copule adentro mío y empiece a expandirse. Ojalá me vuelva enredadera”.

¿Qué mueve una escritura? Esta novela sostiene y libera la pregunta. En el camino, algo llega cuando nadie lo espera: una “iridiscencia del tiempo”. Hay una rotura, hay destrozos, hay restos y especialmente, una melodía secreta que arrastra a quien, sin proponérselo ni decidirlo, le presta atención. El mar toma un cuerpo de rehén y lo devuelve “con el pelo pegado a la cara y los brazos cubiertos de algas”. En la playa se busca lo perdido sabiendo que está perdido y pese a todo, seguirá perdido. Como Elizabeth Bishop, Bárbara Alí procura perderlo todo a manos del lenguaje. Una insistencia insensata sostiene su mano y escribe. A contraluz, ejerce el irrisorio oficio de no saber. Una a una, las palabras llegan, entonces, a orillas del mar.

El mar dentro del cuerpo de Bárbara Alí. Editorial Golosina, Buenos Aires, 2024, 133 páginas

La novela se consigue en este enlace.

Fotos: Andrés Manrique


Veure en línia : https://www.anred.org/susurros-de-u...

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